In memoriam
Cuando Fabián Tomasi se fue al cielo sentimos
la necesidad de seguir con la constante pelea contra los agrotóxicos. Los
leonlandeses estamos contra toda clase de contaminante de cualquiera de los
elementos de la Naturaleza.
Viviendo en una micronación asentada en una
ciudad cerealera 100% sabemos que no estamos lejos de las fumigaciones aéreas y
terrestres. Muchos pueblos de la provincia de Santa Fe, están siendo fumigados
al igual que los de Entre Ríos; aquí cerca de Rosario, en Pueblo Andino, que ya
padece el flagelo de las napas contaminadas por arsénico y que al jefe de
comuna no le importa, por ordenanza del año 2.013, si mal no recuerdo, las
fumigaciones pueden llegar a 100
metros del caserío. La corrupción política por coimas de
los grandes terratenientes, ya tuvo sus víctimas fatales por cáncer, pero a
nadie le importa. Y desde la política santafesina, se lanza el lema “Santa Fe
avanza”, sí, es verdad, avanza hacia el cáncer, la tremenda contaminación del río
Carcarañá, el arroyito Frías, los arroyos San Lorenzo y Saladillo y ni que
hablar de bañados, lagunas y esteros.
Seguiremos los pasos de Fabián Tomasi en la
lucha contra el glifosato y tantos otros agrotóxicos.
Agrupación Ecologista Lobos de Odín
Entrevista con Fabián Tomasi
Por Jan Christoph Wiechmann
—Fabián, ¿Cómo estás?—
Estoy sintiendo que todo está llegando a su
fin. Los médicos dijeron que tendría seis meses de vida y los he convertido en
diez años. Pero ahora me estoy debilitando día a día. Mi madre y mi hija me
tienen que dar de comer. No puedo hacerlo yo mismo. No tengo fuerzas para mover
mi brazo. Mis pulmones están fallando. Mis músculos han desaparecido. Pero
todavía puedo hablar contigo.
—¿Estás tomando alguna medicación?—
No, no tomaré la medicación de empresas que
duden de mi enfermedad causada por los agrotóxicos. Algunos de ellos ganan
mucho dinero vendiendo productos químicos que causan cáncer. Y luego hacen
mucho dinero tratando el cáncer con quimioterapia. Qué modelo de negocio tan
hipócrita.
—¿Cómo comenzó todo?
Trabajé para la compañía agrícola Molina en
mi ciudad natal, Basavilbaso. Los tíos de mi madre también trabajaban allí. Yo
estaba a cargo de reabastecer los aviones con todo, desde el DDT hasta el
glifosato. Me encantan los aviones, por eso quería trabajar allí.
En algún momento tuve dificultad para
respirar. Me diagnosticaron neuropatía tóxica. Es la misma enfermedad que
muchos fabricantes de zapatos solían tener. Parte de ello fue mi culpa ya que
no quería usar ningún equipo de protección.
—¿Por qué no?
Es insoportablemente caluroso en el verano
con una temperatura de 50 grados Celsius. Pero tampoco nadie nunca me dijo que
utilizara algún equipo de protección. A la compañía no le importaba.
—¿Qué pasó después?
Dejé de trabajar de inmediato. Ya no les
servía de nada. Mientras tanto, los hermanos Molina habían muerto, casualmente
ambos de cáncer.
—¿Tu mundo debe haberse partido?
Siempre fui un tipo afortunado, padre de
una hermosa hija, siempre hacía bromas, era un tipo feliz y no me preocupaba
por mi salud. Todo eso llegó a su fin. Hoy soy un paria. Soy el loco que se
envenenó con agrotóxicos. Sólo los niños vienen a visitarme. Ellos quieren
tocar a este tipo con las piernas divertidas y pies amarillos y el cuerpo
frágil.
—¿Sos el único?
No, pero el único que parece tan extraño.
Hay tantas víctimas en mi ciudad…Recién me di cuenta cuando me envenené: no
estoy solo. Muchos trabajadores luchan con enfermedades que van desde cáncer de
estómago hasta problemas pulmonares.
—¿Y entonces?
Me convertí en un activista. Me informé. Me
eduqué a mí mismo. Me convertí en un “profesor del campo”. Y comencé a mirar el
mundo de otra manera. ¿Qué le está pasando a este país? ¿A mi ciudad? Solía
tener todo tipo de cultivos, vegetales. Y de repente todo era soja, todo maíz,
monocultivos. Todo está genéticamente modificado y muy rociado con herbicidas e
insecticidas. Vos podes verme en un estado débil aquí en el hospital en mi
lecho de muerte, pero yo solía ser un luchador.
—Todavía pareces un luchador.
No hay nada más precioso que la verdad.
Vivimos en un mundo de mentiras y manipulación y las grandes empresas tienen un
poder enorme para cambiar la verdad. Por eso es tan importante hacerlos
responsables.
—Monsanto, Bayer…
Es un cartel, la industria y los políticos.
Siempre hablan de empleo —puestos de trabajo—y de esta manera todo el mundo
está de acuerdo. Pero, ¿qué tipo de trabajos son éstos? ¿Y qué hicieron con
este hermoso y diverso paisaje? Ahora todo es monocultivo y las máquinas masivas
matan a todos los insectos, pájaros y mariposas, incluso los aviones que rocían
el veneno desde arriba. No puedo creer que la generación más inteligente de
seres humanos que haya existido haya abandonado nuestros valores.
—La industria dice que no es perjudicial
para los seres humanos…
Nadie sabe cómo estos millones de toxinas
que se hunden en el suelo están afectando nuestra salud. No hay estudios a
largo plazo. Científicos de la Universidad de La Plata visitaron Basavilbaso.
Encontraron el veneno en nuestra agua y en el aire. Aquí en Argentina fuimos
siempre un laboratorio de negocios agrícolas y una industria química desde que
Monsanto entró en el país bajo circunstancias sospechosas en el año 1996. Ahora
hay miles de víctimas.
—Trabajadores como vos.
Familias enteras. Ha habido tantas muertes.
Tomemos el caso del joven Nicolás Arévalo, de Corrientes. Murió después de ser
envenenado con Endosulfan. Hubo un juicio, pero el agricultor fue absuelto.
Siempre me pregunto: ¿Qué le dicen estos científicos y gerentes de Monsanto y
otras compañías a sus hijos? ¿” Yo desarrollé venenos para las compañías
químicas y la gente murió”?
—¿Qué podes hacer vos excepto protestar y
educar a los demás?
Si tuviera la fuerza los llevaría a los
tribunales, pero este país es corrupto. La industria y los políticos están
encamados el uno con el otro. No se puede ganar, no de manera legal. Es
preocupante: todos en mi ciudad están en contra de lo que está sucediendo, pero
siguen trabajando para los grandes negocios. Si usted tiene una familia va a
hacer todo lo necesario para ganar dinero.
—¿Qué han hecho los medios para destapar
estas cuestiones?
Los grandes medios forman parte del
problema. Obtienen dinero publicitario del gobierno y de la industria agrícola.
Y el lobby envía sus candidatos al Congreso. Es un sistema perfecto.
—Seguís teniendo sentido del humor.
Me gusta bromear. El sarcasmo es una forma
de protegerme de la inevitable verdad de que estoy muriendo. Me mantiene vivo.
Hoy desenchufé la máquina sólo para jugar un truco con las enfermeras. Todas
ellas vinieron corriendo a mi cama.
Extraído de: https://es-la.facebook.com/notes/museo-evita-palacio-ferreyra/entrevista-con-fabi%C3%A1n-tomasi/1683312471693489/
Tengo miedo de morir
* Por Fabián Tomasi, contaminado por agrotóxicos.
Desde muy joven, durante muchos años, trabajé en el campo guiando avionetas, en contacto directo con agrotóxicos. Y yo soy de Basavilbaso, Entre Ríos, donde la gente aprendió a pasar por encima de la frustración sobre las carrozas de los carnavales. Pero lamentablemente, detrás de sus coloridas luces o debajo de sus majestuosos escenarios, hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas 4 meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas 9 años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55% de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia…
La más fumigada del país, una de las más
envenenadas del mundo.
Nunca participé de ninguna fiesta. Ni
antes, porque jamás me alcanzó el dinero, ni ahora, porque hace mucho tiempo me
diagnosticaron polineuropatía tóxica severa, con 80% de gravedad: afecta todo
mi sistema nervioso y me mantiene recluido en mi casa. Mis primeros síntomas
fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente.
Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me
salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido,
lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el
temor a no despertar.
Tengo miedo de morir.
Quiero vivir.
Tal vez, ese miedo me pueda servir de
escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me
ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la
enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por
consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano
Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que
arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar
su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así,
con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme
así. Ahogado, de rabia y de temor.
Yo no quiero ahogar mis palabras.
Quiero gritar.
Muchas provincias del litoral son arrasadas
por el glifosato y el resto de sus químicos, como si desconocieran que los
seres humanos tenemos un 70% de similitud genética con las plantas. ¿Cómo
esperaban que sus venenos aprendieran a distinguirnos? No lo hacen. Por eso,
cuando se fumiga, sólo un 20% queda en los vegetales y el resto sale a cazar
por el aire que respiramos. ¿Entienden? No todo es brillantina y diversión en
lugares como San Salvador, el “Pueblo del Cáncer”, donde la mitad de las
muertes derivan de la misma causa. Allí, el carnaval nunca llega… Y sí, recibí
muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a
diario. Pero ya no basta con decir “Fuera Monsanto”, porque las cadenas de
maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan
con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa
connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la
salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y
para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro
enemigo se volvió demasiado fuerte…
No son empresarios, son operarios de la
muerte.
Murió Fabián Tomasi, enfermo por
exposición al glifosato
Un símbolo contra los agrotóxicos
Tras años de trabajar como fumigador,
contrajo una polineuropatía tóxica severa. A los 53 años, pesaba menos de 40
kilos.
Fabián Tomasi, el ex fumigador de la
localidad entrerriana de Basavilbaso que dedicó los últimos años de su vida a
luchar contra los agrotóxicos, falleció ayer tras padecer una neumonía por la
que estaba internado desde hacía cinco días. Se le había declarado desde hacía
varios años una polineuropatía tóxica metabólica severa, que le causó una
disfunción del sistema nervioso periférico. Contrajo la enfermedada a raíz del
contacto con los venenos, ya que, según explicó, nadie le advirtió de los
riesgos que corría y trabajaba sin protección. Es el protagonista del libro
Envenenados, del periodista y escritor Patricio Eleisegui, que lo convirtió en
un símbolo mundial de la lucha contra los agrotóxicos. Y uno de los retratados
por Pablo Piovano en su ensayo fotográfico El costo humano de los agrotóxicos.
El ex fumigador había empezado a trabajar
con agroquímicos en el año 2005 para una empresa de fumigación aérea, y su
tarea, según él mismo contó en varias entrevistas, era abrir los envases que
contenían las sustancias químicas –entre las que había glifosato–, volcarlas en
un recipiente de 200
litros de agua, y enviarlas por una manguera hacia la
aeronave para que rociara los campos sembrados con soja. Sobre su trabajo
contó: “Era verano, trabajábamos en pata y sin remera, y comíamos sandwiches de
miga debajo de la sombra del avión que era la única sombra que había en las
pistas improvisadas en el medio del campo. La única instrucción que yo recibí
fue hacerlo siempre en contra del viento, así los gases no me afectaban”.
En las innumerables entrevistas que les dio
a medios locales y de todo el mundo, Tomasi era lapidario con respecto a los
que fabrican y usan agrotóxicos: “No son empresarios, son operarios de la
muerte”. E insistía: “Lo que más duele es el silencio de la mayoría, y
todos esos niños que nacen con malformaciones por los agrotóxicos en un país
sin asistencia y que les da la espalda. Mientras, las empresas que los
fabrican, los medios que los defienden, y los funcionarios que los permiten,
insisten con llamarlos fitosanitarios, como si no mataran, como si la vida no
importara”.
En Argentina, el uso del glifosato y de
otros pesticidas se fue incrementando con el correr de los años. Las empresas
comercializadoras de estos de productos (Monsanto, Syngenta, Dow AgroSciences,
Bayer y Atanos) aseguran que sus estudios demuestran que el glifosato no es
perjudicial para la salud humana, basándose en lo que llaman “ abrumadora
evidencia científica”. Durante años esto se aceptó, ya que el enorme poderío
económico de estas compañías las transformaba en inatacables, tal y como
ocurría en décadas pasadas con las por entonces todopoderosas tabacaleras. Pero
se fueron sucediendo las voces que alertaban sobre los riesgos. Y en agosto,
por primera vez, un jurado de California condenó a Monsanto (en la actualidad,
en pleno proceso de compra por la alemana Bayer) a indemnizar con 289 millones
de dólares a un hombre que enfermó de cáncer (su estado es terminal) a causa de
su exposición a un producto de la multinacional que contiene el herbicida
glifosato.
La calificación de los agroquímicos varía
de acuerdo con el poder de lobby de las empresas que los fabrican y de los
grandes productores de granos. La Organización Mundial de la Salud introdujo el
pasado año ese principio activo dentro de las sustancias calificadas como
“probablemente cancerígenas”. Meses más tarde, una reunión conjunta de la OMS y
la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) emitió un
comunicado que decía que “no es probable (que este herbicida) suponga un riesgo
para la salud humana mediante la ingestión de alimentos fumigados”. En los 80
la OMS calificó el glifosato como de riesgo 2A –“probablemente cancerígeno”– y
en los 90 lo rebajó a “inocuo para la salud humana”, poco antes de que la multinacional
Monsanto lanzase la patente de la soja RR (soja transgénica Roundup Ready, es
decir, lista para el roundup).
En 1996, el gobierno de Carlos Menem aprobó
la utilización de cultivos transgénicos capaces de sobrevivir a potentes
agroquímicos, especialmente la soja Roundup Ready (RR). Así, todas las
localidades del interior del país fueron quedando rodeadas de campos extensivos
de soja, aunque también de maíz y trigo, con semillas transgénicas.
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